Shakshuka
Impostora como los que montaron la casa de apuestas en la prodigiosa El Golpe, Judith me comía la oreja con una aseveración que se convirtió en molestia: el genocidio judío en el que su abuelo fue asesinado.
Siempre he sentido especial hastío por los que muestran sus cartas más negativas sin necesidad de jugar una partida. Me molestan especialmente los españoles que me hablan de sus familiares enterrados en cunetas mientras se van al Parque Acuático con sus hijos, auténticos mindundis, que sólo esperan el testigo para continuar con una lucha enfermiza en donde uno acaba viviendo la vida de sus abuelos si no de sus tatarabuelos.
Judith, judía de libro, me hizo pedir una ración de Shakshuka sólo porque era un plato de la cocina judía.
-Oye, yo no vivo en Asia preocupado por encontrar tortilla de patatas o garbanzos con bacalao.
-Hay que apoyar la causa.
-¿Apoyar la causa?
Y así se quedó: tan fresca; después de haber soltado su retahíla de inconsciencias basadas en la aceptación de un estereotipo heredado en donde uno nunca sabe si por lo que lucha existe o existió en las vidas de unos antepasados que ni están en el cielo ni en el infierno, sino en el cementerio. Luego aceptó una ensalada mixta, no sin antes aclararme que “nada de carne, que esta mañana desayuné queso”.
-¿Qué queso?
-Roquefort. Importado.
-Ya claro, no iba a ser Roquefort tailandés.
-Me refiero a que era del bueno.
-Y tú qué ves más complejo, ¿comer en un mismo día y no a la vez, carne y queso, o desayunar Roquefort? Al menos lo untarías en pan, ¿no?
-No, a pelo.
Y a pelo se la metí, descubriendo que el hecho de no haber pasado por la circuncisión no fue detalle para que se detuviera sino para saltárselo, cuando judíos tipo como ella, que no pueden mezclar carne y lácteos en un mismo día, sí son capaces de interiorizar el placer sexual con mayor facilidad que las ganas culinarias.
-¿Sabes que las religiones no sirven para nada?
-¿Lo dices porque no me ha importado hacer el acto con uno no operado?
-No, lo digo porque te la he metido sin condón, señal de que el placer y el riesgo superan a esas herencias complejas basadas en libros escritos hace siglos.
-¿Qué quieres decir?
-Que te ha importado lo mismo saltarte las reglas del judaísmo que pillar sida o venéreas de temporada.
-¿Me quieres decir que me has pasado algo?
-No, te quiero decir que al humano sólo le une el placer extremo, el riesgo; somos verosímiles ante nosotros mismos, no antes leyes interpuestas; somos lo que sentimos y no lo que seguimos.
Luego se marchó. No sin antes vomitar la ración de Shakshuka, que desgraciadamente fue su manera de expresar el mal. Antes de cerrar la puerta de un portazo la incité a devolverme el semen, que al igual que ese plato de la cocina judía, lo había generado yo, lo primero desde mi bolsillo y lo segundo desde las cercanías del mismo: la huevera.
No soporto las idioteces religiosas. Sobre todo cuando los que la proclaman la apartan de las religiones y las intentan acercar (horadar) a un sentimiento del pueblo. Que no hay peor herencia que la que te deja sin bienes inmuebles sino con calderilla, un par de apellidos y algo a lo que seguir porque sí, porque lo dijo papá, y a él se lo comentó el abuelo, y a éste le obligó su padre, y así hasta Mahoma.
Luego me duché, eso sí, verificando que Judith, de gaznate amplio, había sido capaz de engullir mi cilindro en el mismo trozo de cuello que luego vomitaría esa ración de Shakshuka en la que me molestó, por alcohólico, el que vinieran posados sobre ella dos huevos pochados. Que mi hígado ya no está para tantos trotes.