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MOCHALES

Trauma

 

Conocí a Renata la semana pasada, exactamente el viernes, cuando su aliento a gin-tonic terminó por dominar mi boca. Fueron horas de morreos en donde llegamos a tal punto que casi creí tener novia. Luego se vino a casa, como si nada, desnudándose al cruzar el umbral de la puerta y metiéndose bajo mis sábanas sin ni siquiera ducharse. No sé, no es que haya caído devorado por una secta de ultra limpiadoras, pero es inaudito que en pleno calor camboyano, orinando litros y litros de copas sobre váteres anegados de suciedad, con vaqueros ajustados, y empapada como una bayeta, no cayera en la cuenta que uno cuando desea realizar sexo oral no debe nunca verse obligado a pillar venéreas en las encías.

 

Huelga decir que me mantuve quieto sobre el camastro, aparentando el distanciamiento clásico que se generan en las parejas tras nueve años de relaciones cuando aún casi ni le había visto las tetas. Debo reconocer que yo tampoco me duché. Pero es que uno contiene tantos litros de pudor que no quise con mi enjuague corporal obligar a Renata a hacer lo mismo.

 

Tras una hora de conversaciones decidí posarme sobre ella. Fueron quince minutos de trasiego en donde brotaron por mis poros la botella de vino bebida en la cena y la media de ginebra más las siete tónicas en lata. Por culpa de los cigarrillos me vi obligado a toserla en las tetas al menos un par de veces. Pero tuve que parar.

 

-¿Te has corrido?

 

-Dos veces. Me ha encantado. Pero, ¿y tú?

 

-Yo es que me encuentro cansado.

 

Y así hasta la mañana siguiente, donde volví a posarme sobre Renata la cual llegó a su clímax otras tres veces. Yo, no sé si por falta de fuerzas o de concentración, dejé pasar otra oportunidad de derramar lo esperado. Pero esta vez, y cuando al fin nos duchábamos, se levantó una polémica de tal calibre que ríete tú de los arbitrajes en los Madrid-Barça.

 

-Oye, si no te corres debe ser porque no te gusto.

 

-Si no me gustaras no se me levantaría.

 

-Ya, pero algo ocurre.

 

-No sé, prueba a ver con la mano. A lo mejor hasta…

 

-Yo quiero que te corras dentro, no en la sábana.

 

Y luego dicen que somos diferentes cuando somos tal para cual: tanto a hombres como a mujeres nos gusta corrernos dentro y tanto Renata como yo practicamos sexo sin pasar por el tren de lavado, a lo animalesco.

 

-Me imagino que tomarás la pastilla.

 

-Eso se pregunta antes.

 

-Aunque claro, si con cada tío que conoces le pides que se corra dentro probablemente necesitarás otras pastillas… ¿antivirales tal vez?

 

-¡Y tú! ¿Es qué soy la única a la que se la has metido sin condón en el último lustro?

 

-Creo que me estás generando un trauma. No pude correrme y esto se está complicando.

 

-A mí es la primera vez que me ocurre.

 

-¿Preferirías que me corriera a los treinta segundos? Si hubiera sido así tú no habrías tenido dos orgasmos la pasada noche y tres esta mañana.

 

-Cambio tres de ellos por haber sentido como me chorreaba tu semen por dentro. Debes saber que las mujeres necesitamos esto.

 

Luego fuimos a comer, volviendo a casa de manera sorprendente –no recuerdo la última vez que una moza duró tanto a mi lado- y cayendo en la cuenta que lo que yo padecía era un auténtico trauma.

 

-Vamos a ver, ayer noche estabas borracho y cansado: lo puedo comprender; esta mañana podías estar resacoso y dormido: podría darlo por valido; pero esta tarde, después de comer copiosamente con agua con gas y zumo de naranja recién exprimido, es absolutamente incomprensible que no te hayas podido correr.

 

-Me has creado un trauma. Prueba con la boca.

 

Y probó. Pero al posarme volví a perder la concentración que creí recuperarla cuando cerré los ojos y soñé con que Renata era mi chica de la limpieza, una gorda poco estimulante; que la paradoja de la vida es perder la lívido con quien sientes y tener extrañas ensoñaciones con gente extraña incluso familiares. Lo malo fue que segundos antes de correrme pensando en mi asistenta, Renata me obligó a mirarla a los ojos. Y la verdad, no era nada fea, incluso bastante guapa.

 

Luego fuimos a cenar, bebiendo poco vino y regresando a casa como esos yonquis que no cesan en sus visitas a los barrios más complejos de las ciudades, donde a falta de pan buenas son bolsas. Pero antes de que me irrite recordándolo, aquello parecía un pastelero intentando montar nata y que no. Probé tres veces, porque erección nunca me faltó; pero lo que es correrme, nada de nada.

 

A la mañana siguiente, ya sin querer follar, Renata dejó mi hogar que había usado como propio durante un fin de semana. Me besó en la mejilla, como besan las mujeres que sabes que nunca más te volverán a llamar, y me dio la espalda para coger un ascensor convertido en centrifugadora de imágenes. A los tres minutos yo hacía lo mismo, con la camisa sin abrochar, poseído por una duda: ¿es que realmente ya nunca más podré correrme? La catorce entró en el habitáculo y removió mi toalla. A los tres minutos tuve una erección. Y a los nueve ya me había corrido. Porque donde se ponga un masaje con aceite que se quiten todas las amantes del mundo. Y manual, que es la manera más certera de exprimir el fruto. Le di su propina y volví a casa realizado, como los toreros que salen por la puerta grande, como los que aceptan que a los cuarenta el vicio está sólo y únicamente en la mente. Y pare usted de contar. 

1 comentario

telurico -

DE-mente, CUAL sig(i)lo de SEEDERS!
salud, alcampo!