Una alcohólica en el sofá
Se llamaba Red, como homenaje al Red Apron, bar de vinos de clase palpable donde trabajó hasta el día que la echaron. “Me pillaban bebiendo y me castigaban; luego me perdonaban. Pero todo se complicó cuando comencé a llevarme botellas a casa. Y que conste que elegía las más baratas, para no hacer mucho daño a la empresa”.
Red, tumbada en el sofá, contoneaba una soberana copa de Oporto, un vino escasamente aceptado por buena parte de los consumidores de zumo de uva fermentado por la sencilla razón de su alta graduación, mientras hacia gala de su drama: ya no queda bar en Phnom Penh donde la puedan contratar, debido a su fama de alcohólica con trazos de cleptomanía. “Llegaron a verme beber los culos de los vasos. Yo me presentaba voluntaria cada noche para limpiar todas las copas volcando esos restos en una jarrita que luego me servía de deleite”.
A Red le pillé el teléfono una de esas tardes que visitaba el Red Apron. Debía dárselo a todos, hecho que me confirmó tumbada sobre mi sofá en plena desnudez. “Siempre daba mi número a los que más bebían, como es tu caso, para que cuando me invitaran a salir supiera que podría dar rienda suelta a mi alcoholismo”.
Red me reconoció que se pensó lo de hacerse puta, por eso de que la invitaban a beber y además podía sacarse unos buenos cuartos; “pero lo deseché cuando descubrí que hay otro tipo de prostitución, mucho más limpia y segura: fingir noviazgos con señores como tú que me ponéis de vino hasta las cejas”, me dijo, mientras se rastreaba en su vagina, seca como la mojama.
“Sí que es cierto que cada vez follo más y a su vez tengo menos orgasmos. Esto de beber cada día me está bajando la libido. ¡Hasta tengo que usar geles lubricantes!, cuando antes me mojaba sólo al instante”. Ayudé a que se consagrara como una enferma cuando le ofrecí ayuda.
-¿Serías capaz de follar conmigo sin condón hasta el final por un par de botellas de vino de alta calidad?
-Sólo si me prometes que estás limpio.
-¿Y tú? ¿Estás limpia?
-Claro.
-¿Y quién me dice a mí que otros no te han convencido con esta misma oferta?
El silencio se hizo sepulcral hasta que fue roto por su nueva petición: “Échame vino”. Y bien que le eché vino, para luego volcarme sobre ella, ayudado por media dosis de Cialis, y regar ese humedal convertido en desierto porque las únicas partes que se le mojan a Red son su gaznate y su hígado, casi como a mí.
-Te has corrido dentro.
-Aquí tienes tus dos botellas.
-¡Vaya! Un Priorato y un Bierzo. ¿Cómo se llamaba la uva más utilizada en esa zona de España? La tengo en la punta de la boca.
-Mencía, Red. Y que sepas que también se te está secando el cerebro.
-Lo tenía en la punta de la boca.
-En la punta de la boca sólo tienes vino.
-¿Puedo quedarme en tu casa?
-¿Quieres dormir conmigo?
-Tú vete acostando, que yo quiero probar el Mencía.
-Bebes más que yo.
-Y sin trabajo, tristemente.
A eso de las nueve de la mañana, cuando la luz había golpeado lo suficiente las cuencas de mis ojos, me levanté recordando por enésima vez que debo comprar unas cortinas descubriendo que Red, como muerta, yacía sobre el sofá: se había bajado las dos botellas. La toqué en sus zonas erógenas, secas como un desierto de interior, lanzándome desesperado a su pechazo izquierdo, que de moreno intenso y pezón negro, dio señales de vida en forma de sonido de tambor. Luego la besé y me preparé un café. Y juro que bajé a la tienda de abajo para comprarle un par de vinos del año de la Ribera del Duero. Que la solidaridad no es dar dinero, sino dar placer.
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