Blogia
MOCHALES

Histeria colectiva

En los pueblos uno debe calcular muy bien cuándo y a quién se folla. Porque en menos que canta un gallo te casan con la taladrada o te echan a pedradas por no volverla a hacer caso. Por eso ando con sigilo en las ansias sexuales, que no es lo mismo perder la cabeza en China, donde nadie te conoce si rastreas a tres calles de tu casa, que hacerlo en Kep, donde estornudas y a la mañana siguiente alguien te ha traído un pañuelo y un par de cajas de paracetamol. Que luego te vas a dormir en noche estrellada y antes de apagar la luz miras detrás de las puertas, por si hubiera micrófonos o algo aún peor: vecinos parapetados.

 

Liberta, turista italiana, cayó en las redes con el don de mi palabra: “Llevo seis semanas sin follar. Perdona que te lo cuente así, pero es del todo cierto. Y sin más realidad que mis necesidades fisiológicas te pido que me acompañes a casa, donde además de saciar mi apetito intentaré que ya por la mañana, salgas contenta, realizada, como vaciada por dentro”. Lo mejor de todo es que como me consideraba un poeta, e iba algo bebido, accedió a mi petición que fue sellada bajo el influjo de un turbio bar donde le incrusté mi lengua a modo de preaviso. “Oye, ¿siempre besas con tanta pasión? Me tiemblan un par de dientes. Ten cuidado”, me dijo, mientras se miraba al espejo de mano y se contaba las piezas dentales; “Ya te lo he dicho: sufro en silencio”, argumenté.

 

El paseo en moto fue entrañable, con ella agarrándose a mi paquete, cuando podía haberlo hecho en cualquier otra parte, y yo acelerando hasta el límite por esa euforia que poseemos los hombres, a los que según lo que nos digan o donde nos toquen reaccionamos de la misma manera.

 

En casa todo fue violencia, porque muchas veces las damas suelen guardarse las cartas del vicio hasta el último segundo, como esos expertos que revientan la mesa en una última escalera de caracol monumental. Que hasta me preguntó si podía azotarla. Qué desmadre. Y yo palmeando con cierta ira su glúteo derecho, que el izquierdo lo reservé para un acto que tornó en histeria colectiva. Y por si aquello acababa en juicio por malos tratos; que uno ya no sabe qué hacer ante tanta ley y tanto aprovechamiento de la misma.

 

Porque sí, porque siempre hay detalles que hacen saltar la banca, que cuando ya disponía el aparato en el interior de su cavidad se nos apareció un ratón –o eso dijo- que le hizo saltar como un resorte. Debo mencionar un detalle importante, ya que mientras orinaba me incrusté media dosis de Cialis para pasar a la historia, toda meta de un hombre cuando folla y quiere que le vuelvan a llamar. Pero aquel ratón, si es que apareció, originó una crisis sin precedentes.

 

-Oye, vámonos a mi hotel que tengo miedo.

 

-Te prometo que no hay ningún ratón, y si lo había, habrá salido corriendo.

 

-Estoy asustada.

 

Y aquella hinchazón que iba creciendo hasta límites insospechados mientras negociaba –qué digo, rogaba- una segunda oportunidad. Que en esas condiciones hubiera sido complejo no ya vestirse, sino conducir una moto con una muchacha a la que le gusta agarrase ahí abajo, por motivos, deben ser, de seguridad vial.

 

A los veinte minutos, y cuando ya sudaba sin necesidad de follar, Liberta aceptó que me volviera a posar sobre ella, la cual andaba más seca que la mojama. Entonces, y sin ganas ni concentración para sexo oral, fui forzando la entrada hasta que la volví a tener dentro. Aunque lo peor estaba por llegar. Que ni al tercer empujón otra novedad le hizo volver a sacármela.

 

-¡He visto un lagarto! ¡He visto un lagarto! ¡Allí! ¡En la pared!

 

-Sí, es Juancho. Vive aquí y no ataca a las personas. Come insectos y no se preocupa cuando follo. De hecho llevaba días preocupado porque desde que he llegado a esta casa me pregunta cuándo cojones voy a follar; que si somos todos los humanos así.

 

-Sácalo de aquí. Vuelvo a estar asustada.

 

-Oye, en serio. Quieres que te pegue, te dejas meterla sin condón, te vienes de vacaciones a la jungla, y te preocupa que un pequeño lagarto pueda atacarnos. De verdad, no entiendo nada.

 

-Me voy. Llévame a casa.

 

-Vete con tu puta madre.

 

Y así quedó la cosa. Podríamos decir que no de manera amistosa. Ella se fue, a solas, mientras yo le gritaba desde la puerta que “¡ojalá te ataque una serpiente. Que hay muchas!”. A la vez, me masturbaba, viendo que con semejante erección iba a ser imposible dormir esa noche. Creo que el vecino, policía local, me vio desnudo, pegando berridos y masturbándome, mientras una señorita salía corriendo y llorando. Serían las tres de la mañana. Debí dormirme a eso de las seis. Soñé que venían a detenerme cuerpos especiales de seguridad. O que me habían grabado con un móvil y mi madre se tiraba por la ventana tras verme en los informativos de medio mundo. 

1 comentario

Uno de pueblo -

jajajaj qué buena xD