La casada
Acostarse con mujeres casadas tiene sus ventajas: no suelen quedarse a dormir y gastan ese vicio que ocultan a sus maridos. Yo tengo a mi casada particular, una china de Cantón que vende vino y parece que se lo bebe, porque cuando llega a casa parece poseída por el germen del vicio. Que no sólo no se contenta con un polvo largo y costoso, sino que se me planta sobre mi marchito falo exigiendo otro acto. Y yo, como me veo imposibilitado, le saco en conversación dañina esos temas que tanto afectan a las señoras casadas.
-Son las diez de la noche. Mira a ver si tu marido te va a estar buscando.
Y entonces va y apaga el móvil, en el mayor jaque mate que me han echado a la cara en el último lustro. Tuve que tomar decisiones. Y tiré de Cialis. Media pastilla. Y delante de ella, para que opinara.
-¿Necesitas drogas para poder follar?
-Si tu marido la tomara no estarías aquí dando la tabarra.
-¿Cuándo hace efecto la pastilla?
-A los diez minutos. Pero debes ayudar soplando aquí abajo.
Y bien que se puso a soplar. Pero al instante de indicarle mi orden. Por lo que cuando me puse a follar no supe si la erección la había generado su mamada o la dosis de una Cialis que justamente se hizo fuerte cuando, a eso de las once, Lulú cerraba la puerta de casa. ¿Y ahora qué hago con esto?, me dije. Antes de contestarme ya me estaba poniendo el pantalón y pensando en cuáles prostíbulos estarían abiertos. La Cialis, afortunadamente, sólo te hace crecer el miembro si lo acercas a una presa. Pero es muy duro saber que te has tomado una dosis y no vas a aprovechar sus poderes. Por lo que primero probé fortuna en el Lomo, una discoteca de chinas veinteañeras donde yo, de casi cuarenta y calvo con melenas, parecía el típico depravado al que le gusta hacer agujeros en las puertas de los baños de chicas para verlas mear y masturbarse. Pero claro, estamos en China, donde todo salido es ‘cool’ para una sociedad que no se entera de la misa la mitad. La primera que se acercó me sobaba tanto al hablar que aquello se disparó del calzoncillo. Probé a besarla y se hizo la estrecha. Le di boleto cuando acepté que con media de Cialis en vena uno no puede andarse con tertulias.
El puti-club de los cuatrocientos yuanes –debo nombrarlo así ya que no posee cartel exterior- es uno de mis favoritos. La catorce apareció como de costumbre, pero al marcharse con sus cuatrocientos y abierta en canal, me apercibí que aquello no tenía intenciones de bajar. Por lo que me introduje en el habitáculo –zulo de condiciones infrahumanas- donde las muchachas dan rienda suelta a sus vicios más elementales mientras esperan a sus clientes: unas jugaban al Tetris con el telefonito móvil, otra de depilaba la axila, la más alta bebía agua caliente, y la última se daba una cabezadita. Elegí a la que dormía. Por joder, mismamente. Y cuando la penetraba sin indulgencia, fui testigo de un hecho memorable: “Sin condón, por favor”. Otra vez la misma cantinela. Que China sí que tiene la prima de riesgo por encima de los cuatrocientos puntos. Qué digo, de los mil quinientos; que no es precisamente habitual que una puta te aconseje desprenderte del látex y continuar la juerga, antesala de una segura visita al dermatólogo y al ginecólogo. Por supuesto sólo me lo quité para eyacular en su cara. Lástima que no había bebido, garantía segura de penetración sin condón y pesadillas por espacio de una semana entera.
-¿Y por qué juegas al Tetris?
-Para batir mi propio record.
Luego yo batí el mío, al echar el cuarto polvo de la larga noche que ya se convertía en mañana –segundo con la misma- a la que le rogué un descenso de una erección que me estaba vaciando la tarjeta de débito. Sólo firmaba comprobantes de pago y follaba. Todo un señor preocupado por la economía de China, generando gasto. Moviendo el dinero.
A eso de las ocho, y ya de vuelta a casa, quise rizar el rizo enviando un mensaje de texto a mi casada. Pura poesía: “Quiero follarte”. Y a los diez minutos se presentó, como el cerrajero impaciente por cambiarte la cerradura y dejarte seco. Amenazó con no acudir al trabajo, pero la convencí cuando le dije que su marido debía estar llamándola. Esta vez no apagó el teléfono. Antes de cerrar la puerta agradeció semejante desayuno sexual, no sin antes recomendarme que no dejara de tomar “la pastilla sagrada”. Sentí vergüenza ajena. Cinco citas anteriores –sólo para follar- y nunca había dejado caer semejante halago. Que el Cialis te mantiene la erección pero humilla tus anteriores incursiones, esas que acaban en cabezada contra la almohada a los siete segundos de haberte corrido por primera y única vez.
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Marlon Brandy -