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MOCHALES

Reverberando a la par

Todo comenzó en la terraza del Bocatas, una de las más bonitas de Pekín donde las consumiciones siguen sin terminar de dar la talla: bocadillos suficientes y bebidas escasas en calidad con alto precio. Pero bueno, me dije, ¿cómo no satisfacer a la dama que con traje tan arlequinado como escaso me esperaba ya en su mesa preferida?

 

Stella, que así se hace llamar otra que se amputa su nombre original mientras pide presupuesto para redondearse sus ojos, dio muestras de pereza intelectual, cuando anudada a su inmenso iPhone –manos pequeñas, cavidades estrechas- pidió vino blanco con hielo. “Haces mal”, le dije; “Es por el cambio climático, ¿verdad?”, me contestó. Miré hacia donde dictó mi subconsciente, descubriendo que en la mesa de al lado un obeso californiano y una enjuta pequinesa comenzaban a torcerse las manos, previo paso a otro tipo de intimidades. En el interior del local eran un francés y otra nativa. Intercambios culturales que realmente lo son de pasaportes.

 

Mientras Stella mordisqueaba el hielo, realizando un sonido molesto, comencé mi batería de preguntas que, a veces, me elevan a más altares de placer que cualquier penetración sin plastificar.

 

-¿Qué opinas de la tormenta que se ha desatado contra los extranjeros en Pekín?

-Mira… no me preguntes sobre eso… no tengo palabras.

-¿Estás asustada?

-¿Por?

-Yo también soy lao wai.

-Ya… pero a ti te conozco desde hace un par de semanas… confío en ti.

-Es todo un invento.

-¡¿Pero qué dices?!

-¿Tú te crees lo que emite ese video, con sus cortes de edición y montaje, donde un supuesto ciudadano británico, con pintas de cualquier sitio menos de Inglaterra, mira a cámara y habla de una manera poco creíble?

-No pongas en duda algo tan grave. ¡La violó!

-No me lo creo. Respeta mi duda.

-Te aconsejo que no vayas por ahí diciendo que ese video es falso. La gente está muy enfadada.

-Claro. Con campañas como la que realizan los del Partido Comunista… Mira, desde la Alemania nazi no se conoce caso igual. Con dos importantes salvedades: la primera, que vosotros sois 1.400 millones de personas, el 25% de la humanidad; y la segunda, que…

-¡Basta por favor! ¡Basta! China es mi país y yo lo amo. Y si me dejas opinar, estoy cansada de tanto extranjero.

-¿Me lo dices en serio?

-Sí.

-¿Seguro?

-¡Que sí!

-¿Con cuántos lao wai te has acostado en el último año? Sé sincera.

 

Stella rugió como cualquier chino que se siente señalado por algo que sabe, ha realizado. En China uno no puede abrir la boca. Y menos para quejarse. Y si eres extranjero y osas juzgar a esta manada de soldados con más guerra que sus vidas, comprobarás como las princesas débiles con manos de muñeca en día de reyes, se transforman en endemoniados ultras de clubes de fútbol con parangón. Casi se le salta se la vena del cuello. Stella, ¡oh mi cante por fandangos!

 

Pagué yo –era de suponer- y comenzamos la clásica negociación que siempre, absolutamente siempre, acaba en cama. Bueno, en este caso fue en jardín, en homenaje a la preclara mentira con la que el gobierno de Pekín ha vuelto a manipular a su población y a joder al extranjero, esparciendo unas imágenes que sólo han aclarado una cosa: que China es lo más parecido a aquel aún cercano mundo nazi. Que ahora la policía local lleva días intentando largar del país al mayor número de expatriados (“sucios blancos”) posibles. Una pena. Que los que se te tengan que ir, eso sí, ganarán en vida y tranquilidad.

 

-Te he dicho que sí te entra.

-Ten cuidado, Rodrigo. Me duele.

-Déjame que yo haga el hueco. Que no te dolerá. Es más la impresión. Además, yo no calzo de más. Justo lo equivalente a mi cuerpo.

 

Finalmente entró. Y mientras agitábamos nuestro cuerpos pudimos ver parte de la Embajada de España, ya que nuestro acto se produjo entre alguno de los arbustos colindantes a tan inútil casona. No fue premeditado, la verdad. Pero sí muy gustoso. Y en medio del acto, accedí a manipular, como hacen los chinos con poder, a mi recién abierta Stella, que ya sí, no cejaba en su empeño de no dejarme salir de sus interiores.

 

-Dime que te estoy violando. ¡Dímelo!

-¡Sí Rodrigo! ¡Sí! ¡Me estás violando!

-Dime que soy británico. ¡Dímelo!

 

Y así estuvimos hasta que descargué. Bonita imagen, por cierto. Con el rocío contaminado de una noche fresca solapado por lo que sale al agitarse. Porque aún lo esencialmente puro sigue sin poder ser ocultado por un PCCh que chapotea en lo inservible. Va por ti, British. 

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