Estafa en la 228
-Sí, mi habitación es la 228. Si te ponen alguna pega en recepción, que me llamen.
Tardó una hora. O algo más. El tráfico pekinés es casi tan insoportable como la tensa espera que se produce cuando decides solicitar servicios sexuales y ves como la locura va desapareciendo de tu mente a la vez que el placer va haciéndose de rogar. Casi ni abro la puerta. Pero la curiosidad mató al gato. Y allí estaba. Bella y lozana. Con una pelucaza que hacía estragos. Pintorreada hasta el límite del cáncer de piel. Y con una supuesta pechera que luego se transformo en depresión. No me gustan los hombres travestidos. Si acaso, me gustan tanto las mujeres, que hasta me encantan con polla.
-Me pagas o me pongo a gritar.
-Grita lo que quieras. Ni soy famoso para que las televisiones estén fuera, esperándome, ni me molesta que mis ignorados vecinos de hotel sepan que me follo a travelos.
Al final le di 200 yuanes. Y cien eran para el taxi. Nos agarramos de los brazos, como soldados rasos peleándose por la misma novia, y decidió marcharse. Se le había corrido el rímel. La peluca había dejado paso a una cabeza semi afeitada. Y lo peor de todo: cuando la había besado quince veces, con lengua hasta la nuez, descubrí que las manos que separaban las ataduras del sujetador estaban tocando un pecho varonil. Que sólo se diferenciaba del mío en que era barbilampiño.
Y no hay nada peor que desear a una mujer con falo y encontrarte a un tío hecho y derecho. A un simulador de la realidad. A un perturbador de mis sueño. A un estafador de tomo y lomo. El cual, por cierto, no andaba mal de musculatura. Que si decides hacerte travelo, debes seguir unos parámetros importantes: no ir al gimnasio a ganar bíceps, no gastar barba de cuatro días, dejar de usar Brummel, y afinar la voz lo máximo posible.
Al final me masturbé. Y no pensando en él, precisamente. Sino en unas fotografías de chinas vestidas como escolares. Que es que son la hostia: leo en internet ‘masaje renal curativo’, pincho, y me envía a una veinteañera metida en un uniforme de colegio rígido.
China no es país para traveleros. Filipinos repetidos –me he tirado a todos al menos una docena de veces- y chinos falsificadores. Por cierto, le olía la boca a ajo. Seguro que venía de comer. Sin asearse. Que estaría trabajando en un banco -pelo recortado, musculatura digna y traje hasta el cuello- cuando tecleé su número: “Sí cariño, mándame tu dirección. Serán mil”; “Quinientos”, contesté yo; “De acuerdo”, admitió él, antes ella. Que al paso que voy acabaré siendo de nuevo hetero absoluto. Que los travelos en China dejan mucho que desear.
@RodrigoMochales (Twitter)
0 comentarios