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MOCHALES

Glande enrojecido

Despedía a la fuerza a Susan –no sé el empeño de cada fémina china en auto mutilarse su cultura con nombres lejanísimos- cuando descubrí que la parte interior izquierda de mi glande se había vuelto rolliza y rojiza. Fueron momentos duros, que achaqué a esa reciente visita sorpresa a una sauna en la que en pelota picada, traspasé mi record de tiempo bajo una piscina turbia. Además, rodeado de chinos.

 

-Me dijiste que por chupártela sin condón me darías 200 yuanes. Y estos son sólo cien.

-Lo siento. Pensaba que tenía más.

-¡Me dijiste 200! –Me gritaba Susan, con la clásica exaltación de la que sabe que vociferando puede sacar lo pactado.

 

Le di unos billetes de un yuan. Serían en total al menos doce kuáis. Pero ella, aunque sólida y cercana al primer escalón de la violencia, decidió cogerlos como el que se agacha a por una moneda.

 

-¡Me dijiste 200! Me has mentido.

-Mira mi glande. ¿Esto qué es? ¿Te parece normal?

-¡Hemos follado con condón!

 

Sí, lo sabía. Me obligó a hacerlo. Que a mí tras unas buenas cervezas, botella de vino y diversas ginebras con tónica, me gusta desovar por dinero. Cosas de las mentes; que a veces se abren de par en par sólo cuando las desalojas del trozo de hueso que viaja junto al cuero cabelludo. Cuando les das vidilla.

 

-Sí. ¡Pero me la has chupado sin goma y ahora mira esta inflamación!

-Te digo que no tengo nada. Eso será tu problema. Además, me has obligado a hacerlo por 200 yuanes y ahora no me pagas lo pactado.

 

El chino sólo tiene palabra para el dinero. Esencialmente si es el suyo. Y mira tú por dónde, yo sólo soy fiel a mi masa encefálica cuando quiere ser más falo que lo de abajo. Porque yo sigo a mis instintos. Aunque ahora esté asustado.

 

Tras cerrar la puerta con suma violencia –suerte que en las habitaciones de los hoteles ponen freno a las iras- me quedé sólo; pensativo y resacoso. ¿Sería posible que aquélla inflamación en mi glande la hubiera provocado su felación sin goma? No creo en esas cosas. O mejor dicho: no quiero creer. Que bastante tenemos con no poder rendir homenaje al mundo animal en el momento más animal de nuestras vidas: cuando deseamos aparearnos, cuando sólo buscamos el meterla en caliente, y debemos plastificar casi lo único que siente.

 

Me puse dentífrico en la zona. Sí, lo reconozco. También me chorreé elixir bucal. Calculo que fueron tres minutos de gritos y de baños menores bajo una ducha tremendamente errada. Que en los hoteles chinos de medio pelo, los servicios al que paga son indirectamente proporcionales en su calidad a los que te proporciona una buena puta que se me apareció en una noche de borrachera. Salió de un coche con las lunas tintadas. Tiananmén tiene eso. Que como es zona política y turística, las meretrices deben mantenerse ocultas, en la retaguardia. Que el trabajo inicial y sucio lo computan unos hombres deslavazados, que siempre mondadientes o cigarrillo en ristre, gritan sin miramientos aquello de: “¡En la parte de atrás carne fresca!”. Fue asentar con la cabeza, ceder el cristal oscurecido, y elegir a Susan, que desde que decidí invertir la mayoría de mi tiempo en chuparle su zona viscosa, comprobé que en los actos sexuales dar es lo mejor. Que luego me corrí a los treinta y cinco segundos. Cosas del alcohol en exceso y los excesos de placer.

 

Aunque tuve pesadillas, hoy me levanté con el glande mejorado. La zona que creció, roja y brillante, había vuelto a su posición original aunque aún marcaba un tono bermellón extra. Para asegurar que no había riesgos, que lo que veía era real, me he estado tocando –como si lo de la madrugada anterior no hubiera sido suficiente- comprobando dos realidades: una, que me quedaba semen; y otra: que el roce le hace crecer a mi glande. Prometo no tocarme. Ni acercarme en las madrugadas de China a coches con los cristales tintados. Que las apariencias además de engañar no te dejan dormir.

@RodrigoMochales (Twitter)

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