Complicaciones en el estreno
Se cumplía la medianoche, con ella apretándome la pechera contra mi espalda de conductor de Scooter, en una noche estrellada de luna que parecía llena, cuando antes de degustar a mi primer manjar en Kep imaginaba qué me iba a acontecer al rato, cuando ella despelotada me exigiera cumplir con el clásico rito que están obligados a cumplir dos personas que a los quince minutos de conocerse marchan para la casa de alguno de ellos. Casi sin mediar palabra.
Y la verdad, tras seis semanas sin probar más bocado que el porno japonés que asola internet, uno dudaba de hasta dónde podría llegar, en número de actos y en segundos a eyacular la primera vez que lo hiciese. Si es que llegaba a haber segunda. Fueron tantas las dudas, que mientras ella se tonificaba el cuerpo yo medité muy seriamente el comerme media pastilla de Cialis. Pero claro, tras mes y medio sin follar aquello no mostraba síntomas de derrota, por lo que esperé con espasmos a que Anie, que hacía decía llamarse, se terminara de asear. El ventilador no terminaba de saciarme.
Debo reconocer que empujo bien. Pero debo ser justo e informar que a los siete segundos de la introducción ya comencé un dentro-fuera horrible que llegó a desconcertar a la muchacha. “¿Qué te pasa?”, me dijo; “Es la emoción”, le contesté mientras apretaba la mano contra mi glande evitando un nuevo intento no deseado de aspersión. No duré más de tres minutos, por lo que al rato Anie comenzó a dormir desnudita y provocativa.
Entonces encendí el ordenador, llegando a paladear la jornada de segunda división sin aún saber bien el porqué. Luego me metí en un blog argentino donde una doctora explicaba qué métodos naturales ayudan a ser más duradero y a la vez, a repetir tantas veces como se desee. Pero el colmo fue la bitácora de un australiano que decía haberlo hecho nueve veces en una noche… con Cialis. Y allí que me tomé mi media, por si acaso aquella mujer se iba a largar a la mañana siguiente poco impresionada.
Como adquirí el milagro en Camboya a uno siempre le queda la duda de que aquello pudiera funcionar. En China, por ejemplo, lo que se vende es rotundamente falso. Pero el Cialis es como el tripi, que crees nunca te va a subir y cuando pillas el efecto ya no bajas hasta el día siguiente. Y en esas estaba cuando de la dosis –o de la cena- noté que mi vientre cedía.
Me senté en la taza del váter y solté lastre mientras pensaba en cuántos le iban a caer a la pobre. En esas, que la chica golpea la puerta porque también quería usar el aseo. Y entonces, la sorpresa: la cisterna se come todas las heces menos una que queda flotando hasta mi desesperación. Debí esperar a que la cisterna volviera a llenarse de agua y Anie que volvió a golpear la puerta. Los nervios eran tales que aproveché esos instantes que se hicieron eternos para untarme el ojete con crema para después del afeitado, lo primero que encontré a mano en mis eternas dudas por saber si iba a contaminar el ambiente de la habitación al volver de feo hedor. Y a la tercera, cuando me planteaba seriamente el coger la mierda con la mano y lanzarla por la ventana, el problema desapareció y cedí el baño a mi muchacha que me miró extrañado.
Yo volví al camastro certificando que incluso en problemas aquello no cedía un ápice. Por lo que nada más salir, volví a cubrir a mi presa que quedó absorta de tanto ejercicio, el cual, además, se volvió a hacer con ambos desnudos menos yo, que iba señalado por mis calcetines. “Oye, ¿por qué no te quitas los calcetines? ¿Tienes frío?”, me preguntó extrañada; “Es que tengo una hernia y el doctor me dijo que nunca debía coger frío en los pies”, contesté; “¿Y no te dijo el doctor que cuando se practica sexo se hace con preservativo?”, remató.
La euforia, la verdad, me llevó a tirar por la borda mi primer acto, donde me estiré el látex hasta el ombligo. Pero el segundo… Sí, en el segundo, llevado por la euforia de querer ser como aquel australiano que echó nueve en una noche, decidí hacerlo a pelo, a sabiendas de que al sólo tener tres condones y si pensaba llegar a su marca, si no superarla, iba a tener que hacer algunas veces el sexo al natural.
Y luego otro. Con la particularidad de que a cada cifra sumada invertía más tiempo en el servicio. Y más fuerza. Por lo que Anie tiró la toalla con cara de desnutrida. Se levantó, me miró cansada, bebió agua como una sedienta, y se echó a dormir lanzándome una advertencia memorable: “Estoy muy cansada. Necesito dormir”. Y allí que me bajé yo con el ordenador al salón a cascármela con el porno japonés. Que el Cialis me regaló una noche plena cuando detecté un problema en el invento, ya que deberían adosar otra pastilla para que la otra persona la tomara a la vez con el hombre. Porque la descompensación fue tal que noté que aquello no bajaba ni volviendo a ver cómo iba el Elche-Hércules. Luego busqué en Youtube ‘La Clave’, de José Luis Balbín. Y ni por esas.
A la mañana siguiente me presenté en la habitación como recién liberado de una condena de trece años y un día, con el falo enrojecido y el antebrazo izquierdo hinchado, cuando Anie seguía durmiendo a pierna suelta. La intimidé invitándola a desayunar cuando sin necesidad de ampararse en un jaqueca inventada o real me disparó certeramente: “Oye, ¿podrías quitar tu mierda del váter? Y déjame dormir al menos un par de horas más. Gracias”.
La mierda había vuelto a salir a flote, en un milagro mucho mayor que aquella imparable erección que se vino abajo cuando Anie se despidió en la puerta de casa anunciándome que, esa vez sí, le dolía la cabeza.
Disfruté, la verdad. Pero noté que para haber sido la primera vez que hago el acto en Kep, donde las del pueblo son intocables salvo si te casas con ellas y las extranjeras tienen una media de cincuenta y ocho años, sufrí demasiado. No me dio su teléfono aunque yo tampoco se lo pedí. Y la otra mitad de Cialis estuve a punto de tirarla por el váter. Pero claro, uno nunca sabe si desaparecerá o quedará flotando en la superficie para recordarme que cualquier tiempo pasado fue mejor y que el doping es tan necesario como de obligado cumplimiento.
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