Levantarse a la una de la madrugada
El descontrol horario no está bien visto entre la sociedad que sigue las ordenes al pie de la letra. Pero a mí no se me caen los galones por levantarme a la una de la madrugada y retomar un día que realmente nunca acabó. Porque hace tres horas desenfundaba toda la carga de mi pistola en el interior de Judy, una madre separada y abandonada a su mala suerte, que busca a un marido con la misma ansiedad que los bebés recién nacidos intentan dar sus primeras bocanadas de aire. Luego debí dormirme. Demasiado esfuerzo. Abrí el ojo izquierdo con el sonido de la puerta de casa al cerrarse. Era Judy, que cansada de verme roncar debió tomar una decisión semejante a la que yo ahora he tomado: abandonar el hogar. Que para mí la casa propia no deja de ser ajena, cuando transito muchas más horas de mi vida por los bares de Dios, las casas de masajes y las calles de las que nunca me fijé en sus nombres.
Mientras escucho a todo volumen a Girls Against Boys e intento comprender un libro harto complejo (Nietzsche, Genealogía de la Moral), recuerdo que aún huelo a Judy, la cual decidió, en homenaje a mi locura imparable, obligarme a correrme en su interior, como si la ruleta rusa fuera nuestro deporte favorito y como si su hija no hubiera llegado al mundo por un hecho similar.
-No pasa nada, córrete dentro.
Y allí que me fui yo, sin más preguntas que mis continuas arremetidas, a inundar su centro vital. Luego llegaron las dudas, mucho más caudalosas que mi corrida. “¿Tomas la pastilla?”, pregunté, aún anonadado; “No. Pero no pasa nada”, contestó una Judy que, despatarrada en la cama, aún hacía aspavientos para que no dejara de abrazarla.
¿Es posible tanto riesgo? ¿Por qué las personas que se han partido la barbilla con una roca vuelven a pegársela en posición parecida? ¿Por qué para algunos humanos que transitan por la vida acumulando riesgos, la única manera de cazar a sus amados es dejándose preñar? De hecho Judy fue abandonada por el padre de su hija antes de pasar por el altar, cuando la barriga era prominente y el amor imposible.
-¿Y si te quedas embarazada?, añadí.
-Es imposible.
-¿Eres estéril?
-No. Pero hace año y medio que no follaba.
-¿Y eso es un condicionante para no tener que visitar al ginecólogo?
Tampoco me preguntó si yo me había protegido en mis tropecientos actos sexuales anteriores. Que mientras ella decía haberse mantenido recia en los últimos dieciocho meses yo no había dejado hoyo por horadar. ¿A qué juegan los humanos que son los parias de la Tierra? ¿Por qué otra hija de otro presunto marido que saldrá a la carrera?
La cena en mi japonés favorito fue épica: “Fóllame en el baño”, me dijo, como anunciando, en su extrema embriaguez, lo que iba a llegar después. Pero la verdad, no lo entiendo, por alcohólico y por hombre vivido: ¿Dos cervezas de medio litro compartidas y seis chupitos de sake son suficientes para joderte una vida? ¿Si le llegó a colapsar el hígado de Yamazaki 12 años hubiera sido aún peor? Entonces, ¿deben beber los que no saben beber; los que toman decisiones dependiendo de su grado de borrachera?
-Descubrí que el padre de mi hija tenía una doble vida por internet –me dijo una Judy que ayudaba desde su interior a que sus ojos se coparan de lágrimas-; un día rastreé y me enteré de que su mujer es canadiense y su primera hija tenía ya siete años.
-Yo no tengo doble vida. A no ser que tomes como tal mi alcoholismo desmedido. Pero con descendientes aún no cargo. Eso seguro.
Le volvieron a brillar los ojos tanto que entendí que las frases cambian de significado según quién las escuche. Porque para Judy yo era su partido ideal: soltero, sin hijos, con apariencia moderna-destructiva. Todo un milagro.
Levantarse en medio de la madrugada sin saber qué hora es, y salir corriendo al bar de siempre a meterse güisqui japonés, es un esfuerzo superior a los que realizan esos esforzados atletas que quieren batir records y acumular medallas. Judy prosigue al pie de la letra su horario legal: se vuelve a casa antes de que se le haga tarde aunque el posible padre de su segundo vástago se encuentre a su lado.
Me dan miedo los horarios tanto o más que las mujeres desesperadas. Habrá que esperar a su nuevo periodo. O apagar el teléfono hasta la eternidad de los días.
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