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MOCHALES

Follar en el baño (Un sueño de adolescente)

Follar en el baño es una anécdota ajena de la que uno se apropia. Yo lo hice. Mintiendo a diestro y siniestro mientras mis cercanos, espero, dudaban entre realidad y ficción. Porque follar en el baño sólo está al alcance de los que sufren de riñones minúsculos y de los que custodian los aseos. Cuántas historias podrían contarnos esos abuelos convertidos en peleles de hijos de ricos, achicando orinas ajenas y disipando las ansias de meterse cuatro tipos en un baño a esnifar. Y más si no invitan al que custodia.

 

Pero ayer -¿qué deciros?- me entró aquella señorita –para mí era una puta sin miras de cobrar-; y yo que cedí a su intento-. “Ven al aseo. Te espero”, le dije, mientras una erección camellesca, con su chepa y todo, me subía desde la ingle a la cabeza; no contestó. Lo prometo. Porque sus ojos aliñados de todo tipo de potingues ya marcaban sus intenciones. Mientras me sacudía el miembro, que acababa de expulsar la orina a presión, se desentornó una puerta que ya apestaba a vicio. “No, no te cierres la cremallera”, me comentó, mientras yo ya descendía los pantalones hasta los tobillos; y porque el suelo no cede más centímetros, que si no…

 

Y luego la pasión del forajido: tres minutos de ejercicio cuasi extremo para posar, lo de siempre, en esa cueva que manaba alaridos de perros salvajes. “¿Te has corrido dentro?”, me preguntó mi compañera de viaje; “No han sido dos veces porque no ha dado tiempo”, contesté orgulloso mientras me aseaba el glande sobre el lavabo. Porque no hay mayor dominio para el macho que lavarse de abajo hacia arriba mientras la presa recién cazada te observa de arriba hacia abajo.

 

“Huelen mal los baños por estos lares”, dije a mi presa, angustiado por el hedor que genera cualquier baño chino a los cinco minutos de su uso; “Yo no veo nada raro, salvo que mañana tendré que tomarme la pastilla del día después”, me añadió. A la salida del baño la cisterna dejó de sonar. Quiero ser más libre y menos follador; o sea, menos ser humano y menos real. En serio.

 

Luego entraron dos parias. Ambos maromos. A mear. Uno me saludó con la mandíbula entreabierta. El otro sólo movió su melena: eran extranjeros. Mi güisqui seguía en su mismo sitio. 

1 comentario

alberto -

Joaquín, menos mal que no te tomaron el guisqui, ja